Magia del Pantáculo 1

El pantáculo es una representación simplificada del mundo cósmico en toda su plenitud. Compuesto de diversas formas, este utensilio ha sido usado por todo tipo de culturas y creencias, tal vez por sus poderes especiales o simplemente para reformar una fe establecida.

Los primeros pantáculos que se conocen son los sumerios y asirio-babilónicos: los pueblos mesopotámicos tuvieron siempre grandes magos. Esquilo y Tito Livio afirmaban que: ‘‘los señores del mundo recurrían a ellos con el fin de averiguar el porvenir’’, pero, curiosamente, los magos caldeos apenas asociaron la religión a sus prácticas, en oposición a otros pueblos, limitándose al estudio de los astros y su relación con el ser humano.

En estos lugares, los arqueólogos descubrieron representaciones antropomorfas, que indudablemente eran pantáculos, pues en ellos se invocaba a los genios de defensa, grabados en su superficie, colocándolos en las murallas de las grandes ciudades, y dentro de las viviendas sobre las techumbres, o en un lugar escogido de la habitación.

Casi todos eran pequeños pantáculos destinados a proteger a un individuo en particular, o a toda la familia; la mayor parte eran tablillas rectangulares de unos 14 cm. de largo.
También se hallaron pantáculos con las imágenes de Bel e Isthar, en las que la diosa aparece completamente desnuda, y con un fuerte carácter sexual.

La astrología asirio-babilónica ejerció su influencia en las tradiciones mágico-religiosas de los países mediterráneos. Los ‘‘magis’’, o astrólogos, sabían distinguir las estrellas de los planetas, a los que dedicaban distintos colores y metales, así como determinados ciclos del Sol y de la Luna. Fueron ellos los que fijaron las diferentes casas, en las que el Sol transcurre durante el año.

 

¿QUERUBINES O PANTÁCULOS?

Los famosos querubines que se disponían a ambos lados de las puertas de murallas y palacios, en forma de leones y toros alados, eran potentes pantáculos protectores.

Estanislao de Guaita dice al respecto: ‘‘Para que un pantáculo sea eficaz, para que guíe y proteja a aquel para quien ha sido fabricado, es necesario que los deseos en él expresados sean plenamente legítimos, y que no contengan ningún elemento negativo, pues son polarizadores de fluidos: una especie de acumuladores que no pueden transgredir el orden cósmico y natural’’.

Y Gregorio de Tours escribía: ‘‘Si en París se desencadenan a menudo grandes incendios, es porque ya no se conserva el Talismán. Al principio, cuando se construía un puente, se introducían pantáculos bajo los pilares, que protegían a la ciudad de los incendios, de las ratas y de las serpientes’’.

 

TRADICIÓN

Las filacterias, anchas cintas de papiro o pergamino, de clara influencia egipcia, eran muy comunes entre los judíos, que las consideraban pantáculos de protección, además de conferirles autoridad. En ellas aparecían escritos los nombres angélicos o divinos, y versículos bíblicos.

Al principio sólo fueron los nombres de los primitivos dioses, muy anteriores al pacto con Yavé, tras el cual fueron relegados al papel de genios o ángeles, benéficos y maléficos.

Este pacto se selló mediante una ceremonia en la que se adoptaba un tatuaje, denominado ‘‘signo de Yavé’’, que hacía las veces de pantáculo y se llevaba sobre el brazo, en la mano, o en la frente, entre ambos ojos.

Los pantáculos tatuados fueron el último signo visible del pacto con la divinidad, del que sólo sobrevive la circuncisión.
Los versículos más utilizados en las filacterias eran Exodo XIII-1 y 10 y Deuteronomio VI-4-9 y XIII-13-21.

Curiosamente, los judíos, que en la actualidad llevan filacterias, no pueden acercarse en los cementerios a menos de 1 metro de las tumbas. La prohibición de Moisés permanece aún.

 

PANTÁCULOS EGIPCIOS

Estos pantáculos posiblemente sean, con los hebreos, los más importantes que se conocen. La ciencia mágica de los sacerdotes, expuesta en innumerables papiros, hacía de este pueblo el mayor exportador de pantáculos de la antigüedad. En ellos se grababan pasajes del libro de los muertos, de las lamentaciones de Isis y las letanías de Seker; las imágenes representaban a diversos dioses, con forma antropomorfa, o simplemente animal (tortugas, escarabajos, buitres, etc.). La cabeza de vaca de Hathor era un símbolo de fecundidad, así como una forma estilizada de los órganos genitales femeninos, y los materiales empleados eran el oro, turquesa, ágata, cornalina, cuarzo y diferentes clases de esmaltes primorosamente elaborados.

Aún se compran en Egipto estatuillas, láminas con inscripciones y escarabajos de turquesa de baja calidad, que han sido tratados de forma especial para conferirles un cierto aspecto de antigüedad, como si fueran los hallados en las excavaciones.

 

PANTÁCULOS EN OBJETOS DE CULTO

A pesar de no tratarse de un pantáculo propiamente dicho, el papel mágico y protector del Arca de la Alianza podría considerarse como tal, pues leemos en el Antiguo Testamento esta frase: ‘‘El Arca se venga’’.

Tal frase hace pensar que, aunque su contenido fuera totalmente inocente (tablas de la ley, vaso de maná, vara de Aarón), posiblemente hubiera algo más, algo sobre lo que se han hecho innumerables especulaciones, como si su interior guardara fuerzas eléctricas desconocidas, ya que los accidentes que provocó fueron inexplicables.

Otra pieza mágica sería el propiciatorio, una placa de oro que se colocaba entre los dos querubines (traducción hebrea de la palabra kirubi, de origen sumerio), y que coronaban el Arca de la Alianza.
Cuando el sacerdote, convenientemente vestido con el ropaje de culto, se colocaba ante él ‘‘para hablar con Dios’’, podía interpretar la voz del Altísimo por encima del propiciatorio.

Todas estas ceremonias estaban impregnadas de magia: el pectoral del sumo sacerdote se consideró siempre un pantáculo de extraordinario poder. Las vibraciones de las 12 piedras, representando a las 12 tribus de Israel, unidas a las simbólicas letras grabadas sobre ellas, y al oro de su engaste, le conferían un gran poder mágico.
Es curioso que el Antiguo Testamento, tan detallado en los materiales y medidas de los objetos de culto, no explique más minuciosamente el uso de los objetos sagrados, limitándose a decir que ‘‘servían para comunicar con lo alto’’.

Flavio Josefo apunta la idea de que al colocarse el sacerdote próximo al candelabro de 7 brazos, convenientemente encendido, y frente al propiciatorio, la luz reflejada en el oro incidiera sobre las letras grabadas en las gemas del pectoral, iluminando unas y dejando otras en la oscuridad, de forma que pudieran formarse palabras que, interpretadas por el oficiante, constituyeran el ‘‘mensaje de la divinidad’’.

Otros métodos de adivinación y protección eran los serafines, viendo además en ellos la representación de los curanderos (Jueces XXVIII-6 y XXVIII-14).

Había diferentes clases de serafines: algunos eran tan pequeños que podían llevarse colgados del cuello o en el bolsillo, mientras otros se aproximaban al tamaño de un hombre, pero invariablemente su forma era antropomorfa.

La magia hebrea, como sucedió en la mayor parte de los países del mundo antiguo, mantenía que el nombre de cada persona o cosa forma parte de su esencia. Aunque su grafismo pudiera verse, la pronunciación era secreta, pues estaban convencidos de que en caso contrario se participaría de su alma o esencia.

Así, el nombre de Yavé era pronunciado por los sacerdotes de manera que durante las invocaciones el pueblo no llegase a captarlo correctamente.

 

MAGIA JURÍDICA EN LOS PANTÁCULOS LATINOS

Roma conoció la magia caldea a través de Grecia, y asimilándola adquirió gran importancia en la sociedad de su tiempo, derivando la adivinación hacia los sacrificios de animales. A la vista del bazo, corazón, hígado y riñones de las víctimas se averiguaba el porvenir.
Cicerón, nada devoto, pero que creía en prodigios, escribió: ‘‘El derecho de los augures es el más importante y el más grave de la República’’, y en Plinio y Tito Livio se lee: ‘‘Los arúspices etruscos dominaban la magia, conjurando a su antojo vientos y tempestades’’.
La magia pantacular romana utilizó sistemas semejantes a los de otros pueblos, diferenciándose tan sólo en las invocaciones y los materiales empleados. Asimismo, se llegaron a manipular ciertas partes de los cadáveres de ajusticiados con el fin de fabricar pantáculos negativos, causantes de muerte o enfermedades. En este caso los ritos se dirigían especialmente a Hécates, diosa suprema de la magia.

También se utilizaron pantáculos de oro, nácar y marfil, en forma de falo, y medallas con la imagen de Cibeles, la gran madre frigia, destinados éstos a ritos secretos.

Los romanos en general no introducían en los pantáculos la idea de un pacto de protección con los poderes astrales o divinos, sino una noción práctica de la vida, a su favor, como si se tratara de las partes de un pleito. Por medio del pantáculo se trataba de forzar al mismo dios para que actuase en su propio beneficio, mediante alguna sutileza jurídica a las que eran tan aficionadas los latinos.

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