Magia del Pantáculo 2

HISTORIA DE LOS PANTÁCULOS CRISTIANOS

El emperador Constantino, tras el edicto de Milán, promulgó leyes contra la utilización del pantáculo el año 321, y el concilio de Laodicea promulgó una orden prohibiendo la fabricación de filacterias, prueba evidente de que aún se utilizaban.

San Crisóntomo y san Agustín pedían a los fieles ‘‘que dejaran de llevar esa clase de placas de encantamientos’’, y en los sermones que san Eloy pronunció en las Galias invocaba la cordura del pueblo diciendo: ‘‘Que nadie cuelgue del cuello de un ser humano o de un animal filacterias, incluso si se las ha ofrecido un clérigo’’, ‘‘Que ninguna mujer se coloque un collar de cristal de roca, ni de ámbar, y en caso de enfermedad no vayáis a buscar a los hechiceros, adivinos ni sanadores, ni apliquéis filacterias a las fuentes, a los árboles ni a los cruces de caminos’’.

Esta recomendación fue desoída por el pueblo, que continuó con sus prácticas, y la Iglesia, viéndose impotente, comenzó a permitirles, como un mal menor, portar trozos de madera –astillas de la cruz de Cristo– más o menos falsificadas o cintas con pasajes de la Biblia.
San Crisóntomo comentaba que llevaba el Evangelio alrededor del cuello, y hasta hace relativamente poco tiempo existía la costumbre de colocar al recién bautizado un saquito conteniendo pasajes del Nuevo Testamento; eran los Evangelios, que debían proteger al pequeño del mal de ojo.

La Iglesia también autorizó el empleo de trocitos de cera, en forma de bola, con el dibujo de un cordero. Este objeto era el ‘‘Agnus Dei’’, y podía ser fabricado con otros materiales. María Estuardo poseía un bello ‘‘Agnus Dei’’ de cristal de roca.

Posteriormente los cristianos adoptaron también pantáculos hebreos, especialmente la estrella de cinco y ocho puntas, rodeada de una cadena de defensa, y de crismón, o crestos con las letras alfa y omega, elaborados en cobre, plata y oro, pero el más utilizado fue la cruz.

En un pantáculo procedente de las Galias aparecía grabado el Padrenuestro, colocado en forma de cruz, que se leía vertical y horizontalmente, al lado de las letras alfa y omega.

 

PANTÁCULOS ISLÁMICOS

El pueblo árabe empleó con profusión pantáculos desde la más remota antigüedad. El Corán prohibía las representaciones humanas y animales, pero en ocasiones permitió pantáculos con la forma de un animal, especialmente con cabeza y signos zodiacales, elaborados en plomo o plata, pues el hierro, el cobre y el oro estaban prohibidos.
Otros pantáculos tenían grabados versículos del Corán y letras de gran poder místico, así como los nombres de los planetas, de ángeles y genios y los dioses de la semana.

El sello de Salomón constituía un pantáculo de gran potencia, así como la estrella de cinco puntas, en cuyos picos se grababan signos misteriosos que formaban frases de protección y se denominaban ‘‘suras’’, que no eran más que pasajes recogidos de su libro sagrado.
El pueblo árabe estaba convencido de que los pantáculos grabados con el nombre de Alá tenían tal valor de conjuro, que obligaban al mismo Dios a escuchar sus deseos.

Las autoridades musulmanas toleraron la magia pantacular cuando estaba fundamentada en los nombres divinos y en los versículos del Corán. A esta escritura se la denominó ‘‘escritura mágica de la Kitaba’’.

Tras el permiso de las autoridades islámicas de utilizar todos los metales, se representaba a Saturno con el plomo, a Júpiter con el estaño, a Venus con el cobre, a Marte con el hierro, a Mercurio con una aleación de plata, al Sol con el oro y a la Luna con la plata.

 

LA CAABA, EL MEJOR PANTÁCULO

La ciudad de La Meca y su piedra sagrada, la caaba, puede considerarse el más importante pantáculo entre los musulmanes. El entorno de esta ciudad posee una auténtica magia pantacular, adquirida a través de las devociones de los fieles.

En el centro de la gran Mezquita se eleva un cubo de 15 m. de altura, por 12 de largo y 10 de ancho.

La construcción descansa sobre un gran pie de mármol, cuyos ángulos se orientan hacia los 4 puntos cardinales. Su interior es una oscura habitación, que tiene empotrada en el ángulo oriental la famosa piedra negra: la caaba, el objeto más sagrado de la Tierra para los servidores de Mahoma.

Está formada por 3 grandes trozos, encajados en un círculo de plata, y su color es negro rojizo, con manchas amarillas y rojas.
Esta piedra se podría identificar perfectamente con un trozo de basalto. La tradición cuenta que Abraham, padre de los árabes, recorriendo los valles de Hedjaz se vio tentado por numerosos demonios, que lo inducían a pecar. Abraham se mantuvo firme, y para recompensarle el ángel Gabriel le trajo del cielo una piedra blanca, la cual erigió un monumento, encajonando la piedra en el mundo.
Por toda Arabia se extendió la noticia de que quien besara tan milagrosa piedra quedaría libre de culpa, pues la piedra absolvía los pecados, y de esa forma, a causa de las faltas de los creyentes, se volvió casi negra.

Está comprobado que esta piedra es muy anterior a Mahoma, que la dejó como la había hallado, encajada por las tribus semitas, que al parecer practicaban ante ella sacrificios sangrientos.

 

PANTÁCULOS DE DEFENSA Y CONTRAATAQUE

Estos pantáculos poseen formas muy diversas: los considerados de defensa eran en su mayoría grandes clavos, cubiertos de signos místicos. Tito Livio llama al clavo mágico ‘‘la última y más poderosa arma, pues ni los dioses pueden contrarrestar su poder’’. El clavo fija los destinos humanos –no olvidemos las calaveras agujereadas, o traspasadas con clavos, que impedían al difunto volver–. El clavo proporcionaba a su dueño una gran protección, y en sentido negativo fortalece el poder maligno del maligno del hechicero.

También eran pantáculos protectores unas laminillas de metal, especialmente de oro y cobre. Catalina de Médicis poseía uno de estos objetos. Estaba grabada por ambos lados con las figuras de dioses paganos, y su forma era ovalada. De ella sólo se conserva una reproducción, cuyo original, curiosamente, se rompió el 5 de enero de 1579, cuando murió la reina.

Las letras con que grababan espadas, puñales y alfanjes eran considerados por sus poseedores como pantáculos de protección, y su uso fue muy  frecuente entre los orientales.

Los pantáculos que servían para evocar a los muertos tenían forma de campanillas, con un asa en la parte superior, fabricadas con una aleación de plomo, estaño, cobre, hierro, oro, plata y mercurio, y debían fundirse en el día y hora del nacimiento de la persona que iba a utilizarlo. En su superficie se grababan signos planetarios alrededor del sagrado nombre de Adonai.

Todos los pueblos de la Tierra utilizaron en una u otra ocasión el pantáculo, desde los más remotos tiempos: el hombre siempre deseó un contacto permanente con el astral divino. El marfil y el ámbar del Neolítico protegen en la actualidad a sus dueños del mal de ojo y de las vibraciones negativas.

 

FALTA MUCHO POR DESCUBRIR

La magia es la ciencia del control de las fuerzas de la naturaleza, y es preciso aceptar que los magos de la antigüedad poseían, además de sus conocimientos secretos, el de la psicología humana. Los signos planetarios y las fórmulas metafísicas los convierten en una especie de microcosmos. Aunque sean creados artificialmente, por la virtud de estos símbolos semejan objetos estelares, cielos metálicos que irradian potentes fuerzas, y condensan fuerzas cósmicas para beneficio del hombre.

Pero cabe pensar que así como los antiguos alquimistas prepararon los grandes descubrimientos químicos modernos, ¿no constituiría la ciencia de los pantáculos de todos los tiempos y de todos los pueblos, con sus distintos signos, una geometría simbólica y filosófica aún por descubrir?

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